domingo, 4 de marzo de 2018

"La Olivetti, la espía y el loro", la intrahistoria de "Encuentros con las letras"


Este hombre de la fotografía es uno de los profesionales que más luchó por la divulgación de la cultura a través de la televisión en nuestro país. Durante los años de la Transición su programa fue la plataforma para muchos jóvenes escritores pero también el lugar donde los ya consagrados podían hablar de su obra en profundidad y con total libertad... siempre y cuando la censura lo permitiera. Su nombre es Carlos Vélez pero la gran mayoría lo ha olvidado y, desgraciadamente, no se estudia en las facultades de Periodismo. El programa era "Encuentros con las letras" y los que frisan los sesenta lo recordarán perfectamente, aunque no lo vieran. Desde 1977 a 1981 (aquí no contamos el primer año en que también se hablaba de arte bajo el título "Encuentros con las artes y las letras") fue el escenario perfecto para los literatos y los lectores y llegó a tener una audiencia media de dos millones de espectadores. 


Quizás encuentren cierto parecido entre Carlos y esta mujer. Es su hija Lea. La menos lectora en una casa donde los libros dominaban todos los rincones. Hace poco le explicó a su madre que era porque no encontraba textos protagonizados por mujeres con las que se pudiera identificar. Cuando su padre le preguntaba qué quería ser ella respondía que escritora porque sabía que era lo que él quería escuchar pero sentía que le estaba engañando. Durante años escribió cientos, miles de guiones para series televisivas pero no se sentía escritora. Ahora ya no puede negarlo. Sus "El jardín de la memoria" y "Nuestra casa en el árbol" han sido una pequeña revolución en el, por lo general, aburrido mundillo literario español y la han puesto en un lugar preeminente. Y ahora sorprende con "La Olivetti, la espía y el loro", un ensayo sobre el programa que dirigía y presentaba su padre en la Segunda Cadena de TVE durante más de seis años. Un ensayo que está contado con aires de novela y por eso, resulta una lectura apasionante, con intrigas, traiciones, disgutos... pero también ilusión, risas y mucha, mucha intimidad, la de una familia extremadamente interesante. 


- Es fascinante la forma en la que se gesta este libro, parece una historia novelesca pero es real, la aparición de unas viejas cintas olvidadas desencadena un montón de recuerdos pero también la necesidad de reivindicar a tu padre y su trabajo en TVE.

Bueno, la verdad es que es novelesca porque soy novelista. Uno puede contar las cosas de forma pedestre o novelesca y quizá yo tengo mucha culpa en eso. Por supuesto, las cintas magnetofónicas llenas de voces de la literatura aparecieron en unas cajas, tras estar olvidadas cuarenta años, como aparecen las cosas novelescas, pero creo que el toque mágico igual se lo he dado yo al saber identificar la cantidad de joyas que podían salir de ahí si me ponía con el libro. Lo que es cierto es que no esperaba encontrar las joyas tan enormes que encontré, ni tanta inspiración, ni tantos recovecos de mi memoria infantil, ni esa sensación de viajar en el tiempo que me dio la idea de la estructura tan documental del libro


- Nos descubres a un Carlos Vélez más allá de su imagen ante la cámara. Tu descripción es tan gradual, dándonos pequeñas pistas a lo largo de todo el texto, que se hace real, de repente se convierte en alguien de la familia. Si tuvieras que contarle a alguien que no ha leído el libro cómo era tu padre, ¿sería fácil resumirlo en unas palabras?

No, no sería fácil porque era un padre como miles de padres, que tenía un trabajo con el que cumplir, que quería a sus hijos, que tenía mucho sentido del humor y nunca parecía hablar en serio cuando se sentaba a la mesa con nosotros. Siempre estaba de broma. Ahora… si añades sus peculiaridades, su necesidad de vivir entre libros, su pasión por la literatura, su lealtad a los amigos, su necesidad de aportar algo útil y digno a la sociedad, te sale un hombre muy serio. La combinación de lo serio y lo bromista era su gran característica. He tratado de mostrarlo a través de mi amor por él porque no quería fingir una imparcialidad que me parecía imposible.

- "Encuentros con las letras" es uno de esos ejemplos de una tele libre, sin miedo a la divulgación, culta pero popular... y todo por el empeño de tu padre. En el libro nos cuentas los misiles que le lanzaban desde la propia cadena. Para él esto era más que un programa, ¿se lo tomaba como una misión, una oportunidad para potenciar la lectura?

Pues era una misión inconsciente y una obligación que él sentía. Mi padre era funcionario en excedencia cuando se vuelca con su pasión por los libros, pero mantenía su vocación de servicio público. Al principio de la televisión pública, existía el concepto de que precisamente por ser pública y estar financiada por los impuestos de los ciudadanos, la televisión debía ser un servicio que mejorase la sociedad, como lo es la universidad pública o la sanidad pública. Mucha gente tenía ese concepto a la hora de hacer cualquier programa, no sólo mi padre. Lo que ocurre es que igual mi padre era más cabezota y lo consiguió durante unos años. Por tanto, la cultura en TVE la entendía como algo que se le brindaba al ciudadano, no para entretenerlo, sino para ilustrarlo, motivarlo, contagiarlo de pasión por la lectura, en este caso.


- Al contrario que muchos de sus compañeros, a Vélez le gustaba rodearse de otra gente para hacer el programa mucho más completo. Su nómina de colaboradores fijos era impecable y además de ideologías distintas. ¿Cómo es posible ser director y presentador de un espacio y huir de su cuota de ego?

Bueno, él no tenía un gran ego, no. Creo que el ego puede ser un síntoma de inseguridad y él tenía muy claro quién era, lo que le gustaba, y que no necesitaba hacer más que lo que ya hacía. Si no salía más en pantalla es porque para bien un programa tan serio, tenía que estar a cien cosas y por eso se rodeó de muy buenos colaboradores, especialistas, los llamaban, en teatro o poesía o narrativa. Él participaba lo necesario para el bien de la obra, del programa, presentando las secciones o moderando las mesas redondas, porque es el director el que marca la pauta y el que lleva la batuta en un programa de hablar, de explicar. Así que él introducía los temas para que aquello tuviera estructura, pero ponerse de “presentador” no era necesario.

- Se nota que eres una escritora muy habituada a las series televisivas, logras crear suspense casi desde el principio con el cebo continuo de "la cena de los calamares". Sin desvelar nada ahora, sí que podemos decir que el programa tuvo su puntilla por una traición personal y totalmente inesperada.

Sí, he jugado al suspense porque todo libro debe de tener algo de eso, yo creo. Lo he hecho mostrando precisamente quien soy, que soy del cine y una bromista y que el suspense es un juego y también, que los escritores tenemos unas técnicas nada despreciables para que los lectores os quedéis sentados, leyendo. Con respecto a lo de la traición, alguien me ha preguntado si este libro es un ajuste de cuentas y he dicho ¡no, no! A ese amigo que cometió ese, llamémosle, error, no le tengo ningún rencor, no he querido ajustar cuentas y me dolería pensar que hago daño a alguien contando lo que cuento. Lo que ocurre es que ya, ese amigo de mi padre, que murió hace años, se había convertido para mí en un personaje literario. Un personaje, además, que se da en la historia de la literatura de forma cíclica y que es el “judas”, el que ama a su maestro, pero se equivoca llevado por la frustración, o la sensación de fracaso o la necesidad de triunfar o las famosas monedas de plata. Hay tanto drama ancestral en esa historia, que encima acaba bien, que igual que el hallazgo de las cintas, me pareció novelesca e imprescindible. Creo que es un ejemplo de cómo la realidad me obliga a forjar literatura, nada más.


- ¿Cómo afectó a tu padre no ya el cierre de su obra magna televisiva sino esa traición? Prácticamente desapareció de la vida pública, ¿a qué se dedicó después?

Mi padre acabó agotado. El estrés de sacar cada semana adelante un programa de esa magnitud, que estaba en boca de los intelectuales, de la prensa, de los políticos, que invadía la vida privada y familiar, era una cosa que no se puede comprender desde fuera. Yo una vez le pregunté a mi madre, que es la gran narradora de aquello, qué pasó cuando acabó Encuentros y ella sonrió y me respondió: “que dejó de sonar el teléfono”. Demoledor, ¿no?
Eso, que yo también viví, me enseñó que existe un mundo real, el de los amigos de verdad y un mundo de amistades imaginarias, que están llamándote y pidiéndote y queriéndote solo mientras tienes poder y páginas en prensa o minutos en televisión, y que cuando dejas de estar ahí para ser su puerta a la fama o al éxito, al día siguiente, te olvidan sin piedad. No sé bien qué sentiría mi padre, nunca lo hablé a las claras con él, pero era un hombre muy feliz, así es probable que sintiera que no merecía la pena embarcarse en otra cosa parecida. Volvió a ser funcionario, que lo había dejado en excedencia, y el resto de su vida fue jefe del servicio de publicaciones de un ministerio, haciendo lo que siempre hizo en la tele o donde fuera: servir a la sociedad.

- ¿Qué es lo que has descubierto de tu padre en esta "investigación" que ignorabas y te ha sorprendido?

Que era exactamente igual ante las cámaras que detrás de ellas.

- No sólo reivindicas a tu padre sino también a su eterna cómplice, tu madre.

Mi madre, como tantas mujeres de hombres “importantes” era su mayor colaboradora, llevaba un peso enrome de trabajo, le preparaba entrevistas, leía libros que a él no le daba tiempo a leer y se los resumía, hacía la documentación, llevaba el gabinete de prensa y las relaciones con los medios… y nadie lo sabía, solo nosotros en casa, porque trabajaba desde casa. A mi madre, y no a mi padre, le debo ser escritora, con su Olivetti y su repiqueteo constante y su capacidad de trabajo, porque yo a mi padre nunca lo vi trabajar, pero a mi madre sí, porque lo hacía desde la cocina mientras yo jugaba con mis muñecas metida entre sus piernas. Este libro lo he escrito para rescatar a esas personas normales, anónimas, sus valores, sus ilusiones durante la Transición y entender cómo llega cualquiera, sin grandes ambiciones, ni ideas de gloria o fama, a escoger la profesión de escritor.



"La Olivetti, la espía y el loro" ha sido editado por Sílex y es una lectura imprescindible para los aficionados a la literatura y para los que quieren saber cómo se gestó un programa cultural básico en la historia de la televisión y la lucha de su creador para mantenerlo en pantalla a pesar de los vaivenes de los directivos y el nulo interés de la propia Casa por aprovechar un espacio de libertad donde los más grandes se sentían cómodos, desde Cortázar a Borges pasando por todos aquellos que tenían algo que decir a finales de los setenta y principios de los ochenta. No olvidemos que gracias a este programa hoy el Archivo de TVE es mucho más rico y, ojo, este fue un empeño del propio Vélez que se negaba a reutilizar las cintas y borrar entrevistas que hoy son consultadas por expertos de medio mundo. Este libro nos cuenta todo eso... y mucho más.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado el libro y esta entrevista es magnífica! Gracias.

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    1. Muchas gracias, me alegra que te haya gustado la entrevista. El libro es magnífico, por eso lo recomendamos aquí.

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